Reseña: El Frankenstein de Del Toro: una versión libre y romantizada de la novela de Mary Shelley
- Orianna Paz
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Por Orianna Paz
Ha llegado a cines del circuito de arte uno de los estrenos más esperados del año, Frankenstein (México-Estados Unidos, 2025), de Guillermo del Toro, quien vuelve a maravillarnos con su altísimo nivel de virtuosismo para entregarnos en cada escena y cada plano, un universo único donde la atención a los detalles roza la perfección. Y es que una vez más, Del Toro demuestra su maestría como uno de los mejores narradores cinematográficos en este filme de casi tres horas en el que logra capturar y mantener la atención de los espectadores como si se tratara de un embrujo en el que la noción del tiempo se evapora. Las locaciones en Escocia, lo mismo que el vestuario, el diseño de arte, la ambientación de época, la belleza de la fotografía y la puesta en escena son absolutamente deslumbrantes, trasladándonos al Londres de mediados del siglo XIX, escenario en el que una mente visionaria como la Víctor Frankenstein (Oscar Isaac) busca vencer a la muerte y al conservadurismo de la época a través de sus escandalosos experimentos con cadáveres.
El Frankenstein de Del Toro es una versión bastante libre de la obra original publicada por Mary Shelley en 1818. El filme está dividido en dos partes, la historia de Víctor, su niñez, su amor incondicional por su madre, su relación ríspida y lejana con un padre autoritario y su obsesión por jugar a ser Dios y revivir a los muertos; y, por otro lado, la historia de “la criatura” y la marginación y violencia que ha sufrido por parte de la humanidad desde que Víctor le dio la vida.

Si bien la novela de Shelley se inscribe dentro de la literatura gótica, la atmósfera que construye Del Toro, así como el tono del drama son eminentemente románticos e incluso poéticos, no sólo en su estética majestuosa, en la paleta de colores del vestuario o la fotografía, sino particularmente en la construcción de “la criatura” que sí es fiel al espíritu del “monstruo” de Shelley y sí transmite la vulnerabilidad y humanidad de su alma a pesar de su aspecto físico. Aunque es este último elemento el que no está bien logrado en la película, en particular porque a pesar de los más de 40 prostéticos que Jacob Elordi tuvo que utilizar para convertirse en “la criatura”, la belleza de sus delicadas facciones es demasiado visible, lo que le resta fuerza e impacto al personaje, algo que no es menor siendo el alma del libro y del filme.

Otro punto débil son las actuaciones que no mantienen un mismo nivel, con un Óscar Isaac que de a ratos se torna exagerado y un Jacob Elordi demasiado lineal, quizás producto de un discurso que en momentos es demasiado explicativo.
No obstante, más allá de eso, la película es una belleza, llena de simbolismos, de reflexiones sobre la vida y la muerte, Dios, la espiritualidad, los padres y los hijos imperfectos (tema que Del Toro ya había abordado con gran sensibilidad en Pinocho), y la mal llamada “humanidad”, todo a través de una manufactura asombrosa, una estética espectacular, pero sobre todo mucho corazón.





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