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Pinocho: el virtuosismo y amor de Del Toro por el cine de animación en su máxima expresión

  • Foto del escritor: Orianna Paz
    Orianna Paz
  • 25 nov 2022
  • 4 Min. de lectura

Por Orianna Paz


Llega por fin a salas de cine la tan esperada versión del clásico de la literatura infantil Pinocho, de la mano del destacado cineasta y guionista mexicano ganador del Óscar, Guillermo del Toro, que le da un giro al cuento original de Carlo Collodi publicado por vez primera en un periódico italiano en 1882 y reinterpretado por Disney en 1940 con la adaptación que todos conocemos y que dista mucho de la obra primigenia.


Y es que Disney nos dio una versión muy edulcorada del cuento de Collodi que era, como suelen ser los cuentos clásicos, extremadamente violento y donde Pinocho incluso era ahorcado o convertido en burro y atacado por un músico para matarlo y hacer con su piel un tambor, por mencionar las escenas menos perturbadoras de la narración original, porque sí, se pone mucho peor. Del Toro, quien acarició este sueño por más de 10 años, retoma en su Pinocho, el cual codirige con Mark Gustafson, algunos rasgos de ese ambiente oscuro, amenazante e inquietante de Collodi con su propio y tan característico sello e incluso sitúa su adaptación en la Italia fascista de Mussolini, en una declaración acerca de la guerra y sus horrores, pero también refleja su lado más emotivo, tierno y sensible a través de una historia llena de claroscuros.


Los personajes están todos bellamente construidos desde el guion hasta su apariencia final en pantalla. Cada uno tiene su propio lugar en la trama, su propia transformación y sus matices, lo que los hace ser profundamente humanos y cercanos. Gepeto es aquí un hombre en duelo por la muerte de su pequeño hijo Carlo, que pasa los días ahogado en alcohol para mitigar así el dolor, hasta que en su desesperación talla un muñeco de madera al que un hada dará vida y se convertirá en Pinocho, un travieso niño de pino que se meterá en muchos problemas por tratar de ser quien no es y complacer a su padre, y sí, a quien le crecerá la nariz cada vez que mienta. Uno de los personajes más entrañables de este cuento ha sido siempre Pepe Grillo, que aquí también, bajo el nombre de Sebastián Grillo, vuelve a conquistar al espectador con sus no pocos momentos divertidos como por sus sabias y honestas palabras, tan sensatas, cariñosas y a veces duras como la verdad y la conciencia mismas.


Pinocho es una carta de amor de Del Toro a una de sus más grandes pasiones: la animación, con la que comenzó a experimentar desde que era niño, en Guadalajara y hacía sus primeros intentos cuadro por cuadro con sus juguetes y una cámara Super 8 de su padre. En Pinocho, del Toro lleva ese cariño y dedicación a su más grande expresión con una espectacular técnica stop-motion muy detallada y cuidada de la mano de mucho talento mexicano proveniente del Taller del Chucho en Guadalajara, que dotó a cada personaje de una plasticidad sorprendente que logra transmitir una gran emotividad y sensibilidad en cada uno de sus gestos, en escenarios deslumbrantes.


El nivel de virtuosismo y profesionalismo que ha alcanzado Del Toro en cada una de sus obras cinematográficas es sobresaliente y en Pinocho salta a la luz en todos sus elementos que están diseñados con una dedicación absoluta bajo un diseño de producción que es una verdadera obra de arte con tintes muy mexicanos como las marionetas que acompañan a Pinocho en sus aventuras como atracción de la caravana del malvado Conde Volpe.


La música, como en toda película animada, es un factor destacado y más si como en este caso corre a cargo del talentoso y experimentado Alexander Desplat (Harry Potter y las reliquias de la muerte, El gran hotel Budapest, Isla de Perros, etc), con quien Del Toro ya había colaborado en La forma del agua, y que aporta mucho dramatismo y vivacidad a esta nueva versión que también cuenta con algunos números musicales muy orgánicos que se sienten naturales y no excesivos como suele suceder en este género donde se abusa muchas veces de ellos.


Del Toro ofrece en Pinocho el más alto nivel de su cinematografía y conjunta tanto su pasión por los monstruos, el horror, la oscuridad de la naturaleza humana, con inclusive ciertos guiños a Frankenstein de Mary Schelley, ya que Del Toro siempre vio una conexión entre la criatura y Pinocho (ambos creados por un padre que espera que descubran por sí mismos la diferencia entre el bien y el mal, la moral, la ética, el amor), al tiempo que reflexiona sobre la vida y la muerte, la identidad y la pertenencia, todo ello con una dosis de sensible ternura y autenticidad que conmueve y alcanza a tocar hasta a los corazones de madera más dura.


Esta es una película que lejos de un cuento de hadas va de encontrarse a sí mismo, encontrar tu propio camino y no ser lo que se pretende que seas sino lo que verdaderamente eres y ser amado por ello.


La película ya está en cartelera en cines selectos y llegará el 9 de diciembre a Netflix.






 
 
 

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